La anunciación
por Marcelo A. Murúa
"Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.
Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo.
Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.»
María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible.»
Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel."
Lc. 1, 26-38
Al comienzo del camino de fe de María entramos el relato del anuncio del nacimiento de Jesús.
Los evangelios no nos aportan mayores datos sobre la figura histórica de María. Conocemos que era una joven sencilla , mujer de su pueblo, comprometida en casamiento con José, un hombre perteneciente a la familia de David. Podemos imaginarla, inmersa en la vida cotidiana de cualquier mujer de su época, ocupada en las tareas de la casa, preparando sus cosas para el matrimonio cercano. Lavando, tejjiendo, charlando con otras jóvenes vecinas. Una mujer sencilla, inadvertida, seguramente , entre las otras del pueblo. Sin mayor instrucción, como lo sugieren relatos posteriores (cfr. Mt. 13, 54-55): Vuelto Jesús a Nazareth, " se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. ¿De donde le vienen , decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María?") . Esta mujer, María, una más entre las lugareñas de Nazareth, sería la madre de Dios, la mamá de Jesús.
Un enviado de Dios llega a su casa y la saluda. Alegrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María no comprende bien aquel saludo. Quedó desconcertada, turbada, preguntándose qué significarían esas palabras. "¿Llena de gracia? ¿Qué será todo esto? ¿Y por qué a mi?".
El anuncio prosigue: No temas, María concebirás y darás a luz un hijo, se llamara Jesús. María reacciona sorprendida; casi ingenuamente pregunta: "¿Cómo es posible, si no tengo relaciones con ningún hombre?" El ángel reponde revelando el proyecto de Dios: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el noño será sano y se lo llamará Hijo de Dios. María conoce de esta forma su destino maternal, ser la madre del Hijo de Dios. Para ello el Padre la había estado preparando durante tanto tiempo. Por esto su virginidad ofrecida para entregarse a la acción de Dios. La luz de la palabra del ángel teñían de vida y desafío el sentido de su existencia. La palabra de Dios le acercaba su propuesta. María no duda. Yo soy servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho. Radicalmente se pone en las manos de Dios. La razón de su existencia emerge en su disponiblidad generosa y se concreta en asentimiento. Ante la iniciativa (pro-puesta) de Dios ella se define. Su res-puesta revela el sentido último y profundo de su corazón: "Yo soy la servidora del Señor". La que está dispuesta a seguirlo, la que asume el riesgo que eso significa. La que espera que "se cumpla en mí lo que has dicho".
María inicia su camino entregándose a la voluntad del Padre. Como en todo llamado de Dios, hay una invitación libre y una misión que se ofrece, Una propuesta liberadora, dejarlo todo por servir a Dios. Un llamado a la vida. Ser lleno por el Espíritu Santo y conocer la cercanía de Dios. Todo anuncio del Señor es gozoso: Alégrate, María; porque transmite un don de él mismo: El Señor esta contigo. En María se hará carne el mayor don de Dios a los hombres, Jesús, su Hijo amado. Pero esto no implica esta libre de problemas e inseguridades; al contrario, seguir a Jesús casi siempre trae contrariedades, significa un riesgo. Mas adelante Jesús lo advertiría a los apóstoles (cfr. Mt. 10,16-24). Tener fe supone lanzarse a lo desconocido, sin otra garantía (y nada menos) que Dios mismo. Pero él nos afirma: No temas. Quien decide jugar su vida por la causa de Dios contará siempre con su presencia, aun en las dificultades.
María inicia su camino de fe compenetrándose en el misterio de la encarnación, por el cual Jesús se hacen uno de nosotros para que nosotros podamos ser uno con Dios.
En nuestros días, Dios vuelve a hablar a su pueblo. A través de la figura de María, siempre presente en medio de nosotros, nos anuncia que Jesús viene a nosotros nuevamente. Es más, nos revela que su presencia se está gestando entre los pobres y marginados. Dios vuelve a nacer. Está presente en América Latina hoy. Como la dicen los obispos en Puebla con esta hermosas palabras: "Dios está presente, vivo por Jesucristo liberador, en el corazón de América Latina" (Mensaje a los pueblos, 9). Corazón que representa sus anhelos de liberación, de vida nueva para todos, de justicia y paz tan ansiadas. Corazón que se encarna en las grandes mayorías relegadas, que buscan a Dios y a una vida mejor. A partir de esta situación, Dios nos habla. Como ayer en María, Dios actúa hoy entre nosotros. Nos invita a Reconocerlo, encarnado en nuestra realidad, y nos llama a anunciarlo, construyendo su reino.
Reconocerlo. Porque así como el ángel habló a María, hoy Dios nos habla por medio de su presencia entre los pobres. También a nosostros nos turba y desconcierta este anuncio. Pero Dios repite sus palabras. Estoy con ustedes, no teman. El Espíritu Santo los guiará. Nos corresponde afirmar con María que somos servidores del Señor. Servidor es aquel que reconoce el señorío de otro, y se pone a su servicio. Para nosotros el único Señor es Jusucristo liberador, vivo en los rostros de los pequeños y olvidados. Reconocer que Jesús es el Señor y proclamarse seguidor suyo y servidor implica poner todo el proyecto personal bajo la óptica de su voluntad y a su servicio. Colocar el corazón alí donde es más profunda la revelación del Señor, su amor a los hombres, especialmente a los pobres. Y desde ellos, conocer, denunciar y condenar la pobreza antievangélica, sumando nuestro esfuerzos para desarraigarla y crear, entonces, un mundo más justo y fraterno. (cfr DP 1159-1161).
Anunciarlo. María llevó en su vientre a Jesús. Se dejó invadir por la presencia del espíritu Santo en su interior hasta rebosar de él. Dios pide hoy lo mejor de nosotros para que lo anunciemos y lo sirvamos allí donde reconocemos su presencia. Claro que nosostros podemos decir: "¿Cómo lo haremos, Señor? ¿No ves que somos demasiado indiferentees y apegados a nuestras coss; nos cuesta compartilas, además tenemos poco tiempo y preferimos "hablar" mucho y actuar poco? Y encima, Señor, tú sabes cuánto nos cuesta jugarnos por los demás... sin contar los riesgos que eso implica".
Pero su voz, cálida y compañera, se escuchará de nuevo: "No teman, el Espíritu Santo los guiará". El camino de la fe se inicia con una adhesión vital al plan que Dios nos revela y un compromiso decidido y valiente para servirlo cumpliendo lo que nos pida.
En cada uno está la respuesta. El sí que cambie nuestra vida para disponerla al servicio de Dios y los hermanos. María nos inspira. Ella, que nos precede en el camino, nos alienta y fortalece para decidirnos.
Señor,
Tú estás vivo entre los pobres
Y me llamas a tu encuentro.
Me prometes la compañía maternal de María
Y la guía valerosa de tu Espíritu.
Ayúdame a decir sí.
A anunciarte desde los pobres a todos,
y a servirte entre ello
Contribuyendo a la liberación de mis hermanos
Y a la construcción de la vida nueva para todos.